Vuelas, surfeas en la cresta más alta. Por una razón que no sabes, sonries. Tampoco te importa, ya que no quieres cuestionar el porqué de algo tan agradable, sólo te expones para empaparte lo máximo posible.
El tiempo te ha compensado, los malos momentos se quedaron en el pasado. Pero tienes el recuerdo. El recuerdo de algo que llevas dentro, una semilla que regada en ciertas estaciones, puede llegar a crecer y destruirlo todo. Lo malo es que no la ves, va creciendo junto con el paisaje, y es la otra cara de la moneda.
No crees nada en ti, ya que ves que no mereces la pena. Por una razón que no sabes, sonrie. Te importa porque no quieres dejar de volar, y cada vez está más cerca el momento de huir, y que las cosas sean como debieran haber sido en un principio. Te estás autodestruyendo, aunque haya momentos buenos, sabes que descubrir un punto de flaqueza te llevará a quedarte solo.
Ese lastre te arrastra a esa lagrima ácida, que te observa, y que ve como la decadencia toma el rumbo de tu conducta. Un dolor interno se expande, te invade. Y empieza a mancharlo todo, a arañarlo todo, a machacarlo todo. Crece y ya no sonries, su sonrisa perdura y ahora sólo fabricas recuerdos.
Lo ves, lo veías y lo verás, ahora él acabará con todo.